Las mariposas también pueden tocar el cielo
En el jardín de la casa de tu infancia aún
queda un tarro con tus gusanos de seda y el polvo de hadas que alguien derramó
en tu cama echa chispas esperando a que vuelvas a dar saltos de alegría como
cuándo aparecía una moneda debajo de tu almohada.
Si todavía te acuerdas del libro de botánica
que alguien te regaló por tu cumpleaños, sus colores y dibujos y las 101 veces
que lo leíste deberías saber que las alas de tu espalda no son casualidad y que
el tatuaje que dibuja tu tobillo nunca dejará de marcar el norte, el sur y el
camino que nos queda por andar.
Huelga decir que mientras te rías por nada, te
sonrojes por todo y siempre sea primavera en tu mirada seguirás siendo la musa
de todas mis historias, la infancia en carne viva, la niña que nunca dejó de
volar.
La princesa que no necesitaba príncipes ni
zapatitos de cristal se empieza a hacer mayor y aun así hasta Peter Pan le
tiene envidia, porque ella es la reafirmación de que los años no se cuentan con
los dedos y de que las mariposas vuelan, siempre, con el límite más allá del
cielo.
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